Te veo :)


jueves, 8 de septiembre de 2011

Capítulo 17:


(Narrado por Mike)
El tic tac del reloj de mi mesita de noche penetraba en mi cabeza. Cada vez tenía un sonido más fuerte. Eran las ocho y cinco. A penas habían echo dos hora desde que Elith se había ido en aquel avión. Tenía los nudillos ensangrentados, escocían, pero no tanto como me escocía el vacío que sentía desde que la había visto partir. Una única pregunta rebotaba en mi cabeza: ¿me había perdonado? ¿aquel abrazo significaba que todo volvía a ser como antes? No podía saberlo. Solo sabía que, a pesar de todo el daño que yo le había echo, ella había demostrado ser mi mejor amiga. Elith siempre había sido la mejor amiga que todo el mundo habría querido tener, y yo la había despreciado. ¿Seré idiota?
Jeremy no había parado de mandarme mensajes al móvil, de llamarme sin obtener respuesta. Estaría preocupado. ¿La verdad? me traía sin cuidado. Ahora mismo nada me importaba. ¿Por qué fui tan idiota? ¿Por qué siento que la necesito? No la amo, no se lo que es eso. No, no puedo amarla. Nunca creí en el amor. No existe. Y si existiera no querría sentirlo jamás, pues dicen que duele. ¿Duele? A mi me duele el corazón cuando pienso en Elith. No, no puede ser amor, es mi mejor amiga... No lo entiendo.
Me tumbé en la cama y me puse los cascos del mp3. Lo encendí. La siguiente canción en la lista venía pintada.
Nunca me gustó esa canción. Pero la tenía por ella. Elith la metió en mi mp3 por error cuando me lo regaló el 15 de julio por mi decimosexto cumpleaños, y no podía borrarla. ¿El motivo? Ni siquiera yo lo sé, simplemente no quería que cambiara nada que ella hubiera tocado. Decidí cerrar los ojos, dejar que la música me relajara. No tardé mucho en dormirme.

(Narrado por Elith)
Las horas junto a Adam se pasaban como minutos. No paraba de hablar, de decir estupideces que sabía que me harían reír.
-No ya enserio, me comí un gusano de gominola y todos dijeron que era una lombriz de verdad.
-Capullos.
-Te equivocaste de sexo.
-¿Cómo?
-Que no eran capullos, sino capullas.
-Oh, valla.
-Como os defendéis las mujeres unas a otras.
-Jaja, ¿perdón?
-Perdonada.
-No enserio, ¿cómo que como nos defendemos unas a otras?
-Sí, mira. Has sido feminista: Capullos, no capullas.
-¿No se supone que hablar en masculino incluye a los dos sexos?
-Sí, pero tu no lo has echo por eso seguro.
-No lo sabes.
-Si, yo lo sé todo.
-Bueno, sabelotodo. ¿Y qué te hicieron esas capullas?
-¿Ellas?
Asentí mirándole.
-Claramente ellas nada.
-¿Entonces?
-Ellos fueron los que me hicieron físicamente.
-Entonces son capullos.
-Y capullas.
-Como os defendéis unos hombres a otros.
-No es así.
-Sí lo es. Machista.
-¿Cómo quieres que defienda a esos... especímenes humanos sin cerebro, con vida cuyo motivo aun no ha sido identificado por la ciencia?
Me reí.
-Si que ha sido identificado.
-Eh, que su madre y su padre copularan y crearan una vida, no hace que sepan por que funciona su cerebro, si se le puede llamar así.
-Porque tienen cositas en su organismo con vida inteligente, y ya piensan por ellos.
Se rió.
-¿Cositas?
-Claro. Esas cositas ya piensan por todo él/ella.
-Feminista.
-¿Qué dije ahora?
-Cositas. ¿No pueden ser cositos?
Me reí y lo golpeé en el hombro.
-¿Sabes? Me caes bien.
-Yo caigo bien a todo el mundo.
Hizo como que se quitaba el polvo de los hombros. Me reí.
-Ya, por eso unos capullos te amargan la existencia.
-Eh, ¿quién ha dicho que me amarguen la existencia? Yo soy muy feliz solo.
-Si eres feliz solo, ¿por qué intentas llevarte bien conmigo?
Ahí lo dejé pillado. Se acarició el pelo y me miró. Al parecer tenía respuestas para todo.
-Pues, por tres razones.
-Haber, ilumíname.
-La primera es que eres mi compañera de asiento en el avión.
-Pero hay gente que tiene compañeros desconocidos y no se conocen ni tienen interés en ellos.
-Pero yo soy más cortés. Además me había quitado mi butaca.
Sonreí.
-¿Y la segunda y la tercera?
-La segunda es que sabía que no podrías resistirte a mis encantos.
-¿Cómo?
-Que en cuanto me vieras harías lo que fuera por hablarme, y quería evitarte los nervios.
Me reí.
-Yo no tengo vergüenza para hablar con personas como tú.
-Si, si mi sonrisa te deja alelada cariño.
Me sonrió. La verdad es que si que deja tonta a cualquiera con esa sonrisa.
-No te lo creas tanto, tienes una sonrisa como la de cualquier otro.
-Di lo que quieras, se que no piensas eso.
No dije nada.
-Bueno, ¿quieres saber la tercera?
Asentí.
-Pues... la tercera es que yo no puedo tener a una chica tan guapa sentada al lado y resistirme a ser amigo suyo.
-¿Guapa yo?
Creo que me sonrojé.
-No cualquiera tiene unos ojos tan bonitos, ni ese tono pelirrojo natural en un pelo tan cuidado como el tuyo.
-Son unos simples ojos verdes, y un pelo rizado. No tienen nada de especial.
-Tienen un verde diferente, difícil de ver. Y tu pelo es pelirrojo natural ¿no?
Asentí.
-Hay muy pocas españolas que tengan un pelo de un color tan bonito. Quizá por eso me gustan las pelirrojas.
Me reí.
-¿Me estás tirando los trastos?
-¿Quién yo? Nah.
-Pues tiene toda la pinta.
-¿Qué pasa? ¿Tiene algo de malo decirle a mi compañera de avión lo guapa que es?
-Claro que no.
-Si eres guapa, eres guapa. Esas cosas se dicen.
Sonreí.
-Los tíos no decís esas cosas.
-Yo no soy como los demás.
-¿Y como eres?
-Diferente.
-¿Diferente?
-Soy aquel chico que chicas como tú quisierais encontrar.
-Vamos un putón que te tira los trastos, te enamora, te parece prefecto, te folla y se larga. Como todos.
-No soy de esos.
-Eres un tío, así que eres como todos los tíos.
-Feminísta.
-Quizá. Si no demostrarais cada día que sois unos capullos quizá las chicas os valoraríamos mas.
Me acomodé de nuevo en mi butaca.
-No todos somos iguales.
-Esa era mi antigua teoría.
-¿Antigua teoría?
-Sí.
-¿Y cuando cambió esa teoría?
-Ayer.
-Valla, esta reciente.
-Demasiado.
Hubo un periodo de silencio. Adam me agradaba. Realmente no parecía como los demás, pero tampoco Mike era como los demás y al final... No, no quería acordarme de él ahora.
-Y cómo es que tu teoría...
-No preguntes. Cambiemos de tema por favor.
-Vale.
Adam sonrió.
-¿Cacahuetes tostados o maíz frito?
-¿Eing?
-Que si quieres panchitos o quicos.
Me señaló a la azafata que estaba detrás de él.
-No sé, ambos me gustan, lo que quieras tú.
Compró ambas cosas y dos coca-colas.
-Te gusta la coca-cola, ¿no?
-Sí, pero no me apetece.
-Pues es tuya, te la tragas.
-No, gracias enserio.
-No puedo beberme yo solo las dos.
Dejó una coca-cola en el reposa vasos de mi butaca.
-Déjala para después.
-Después estará caliente, y mala.
-Pero...
-O te bebes la coca-cola o derramo los panchitos y digo que has sido tu.
Suspiré y lo miré con mi mirada de corderito degollado, pero Adam estaba totalmente serio. No iba a cambiar de idea.
-Aggg... está bien.
Cogí la coca-cola y bebí un poco. Él sonrió satisfecho.
-Pero que conste que no me gusta que me inviten, asique la próxima vez me toca.
-No te dejaré invitarme.
-¿Por qué?
-Nunca dejo que la chica pague en la primera cita.
Me reí, eso no me lo esperaba.
-¿Esto es una cita?
-No sé. Mira la hora, es la hora para llevar a una chica a cenar, dar una vuelta, contemplar las estrellas bajo la luz de la luna...
Miré el reloj. Las diez y cuarto de la noche.
-Cierto, pero... ¿esto es una cena romántica?
Señalé las bolsas de frutos secos.
-No es romántica, ni se si puede considerarse una cena. Pero es original.
Sonreí.
-Además ¿quien te invitará a panchitos y quicos en una cita? Me aseguro de que nunca te olvidarás de mi.
Me reí y cogí un par de panchitos, llevándomelos a la boca.
-¿Por qué tendría que olvidarme?
-No sé. Imagina que no nos volvemos a ver. Siempre me recordarás como “el chico que me invitó a cenar frutos secos en un avión”.
-Cierto.
-¿No te lo decía yo? Aunque espero volverte a ver.
-¿A sí?
Asintió.
-Si no, ¿cómo piensas devolverme el libro si no?
-¿Me lo dejas?
-Si eso implica volver a verte, claro que si.
Sonreí.
-Gracias.
-Además, la segunda cita será mucho mejor.
Dijo mientras se llenaba la boca de quicos. Realmente me agradaba su compañía.
Cogí un puñado y me los fui comiendo uno a uno, en silencio, mirándolo, atenta a cada uno de sus movimientos. Cuando se llenaba la boca de quicos; cuando y como masticaba; las veces que inconscientemente me miraba, y que arqueaba las cejas, sonrojándose levemente y volvía a desviar la mirada, debía de tener una sonrisa de gilipollas que lo flipas en ese momento; cuando sonreía sin motivo, dejando ver su blanca sonrisa; cuando te apartaba el pelo de la cara, ese precioso pelo largo, moreno y que se movía suave con cualquier corriente de aire, estilo pelo pantene, pero en chico; cuando se rascaba la nuca y dejaba a la vista un pequeño tatuaje que tenía en el cuello, justo encima del primer hueso visible de la columna vertebral; cuando parpadeaba ; cuando bebía de su bote de coca-cola y se relamía esos labios carnosos, húmedos, apetecibles...
-¿Qué pasa?
Adam interrumpió mi fantasía.
-Eh, eh, ¿como? Nada.
Me reí.
-No paras de mirarme, no hablas, me estoy poniendo nervioso.
-Tu tampoco hablas.
-Bueno y ¿por qué me miras tanto?
-Supongo que eres lo más interesante en 150 metros a la redonda.
-Valla, me siento importante.
Ambos reimos.
-Hay cosas más interesantes.
-¿Como qué?
-Como la manera en que la azafata se coloca las medias y se acaricia los tobillos agotados por los tacones. O la manera en que el niño de la primera fila no para de encender y apagar el aparatito del aire, y como su madre le regaña, y no para de pedir perdón cada vez que la azafata los mira. O quizá la manera en la que el hombre de nuestra izquierda fuerza la vista, porque a pesar de llevar gafas no puede leer lo que pone en su revista. O quizá la burbujita que se infla y desinfla en la boca del crío que está dos filas más atrás de nosotros, pero en la izquierda, sin romperse, mientras el pobre duerme agotado, junto a su madre que no para de mirar el reloj.
-No me había fijado.
-Ya veo. ¿Sabes? Hay que fijarse en todo lo que tenemos alrededor.
-¿Por qué?
-Porque las cosas más insignificantes pueden influirnos mucho.
-Puede.
-Si, sino pongamos un ejemplo. ¿Ves aquella mujer que está dos asientos más adelante?
Asentí.
-Tiene un café. Lo remueve. Parece que está caliente.
-Sí, ¿y?
-¿Qué pasa si se quema, y lo lanza para atrás?
-¿Por qué iba a hacer eso?
-Es un ejemplo.
Lo miré sin entender.
-Si pasase eso, por ejemplo, el café saldría derramado, mojando a los dos hombres de delante nuestro y a ti y a mi, abrasándonos la cara, las manos... Asique influye en nuestras vidas.
Me reí.
-Es un poco exagerado, pero tienes razón.
-Lo sé.
Me sonrió. Era increíble como podía ver hasta lo más insignificante de todo.