(Narrado por Mike)
El tic tac del reloj de mi mesita de
noche penetraba en mi cabeza. Cada vez tenía un sonido más fuerte.
Eran las ocho y cinco. A penas habían echo dos hora desde que Elith
se había ido en aquel avión. Tenía los nudillos ensangrentados,
escocían, pero no tanto como me escocía el vacío que sentía desde
que la había visto partir. Una única pregunta rebotaba en mi
cabeza: ¿me había perdonado? ¿aquel abrazo significaba que todo
volvía a ser como antes? No podía saberlo. Solo sabía que, a
pesar de todo el daño que yo le había echo, ella había demostrado
ser mi mejor amiga. Elith siempre había sido la mejor amiga que todo
el mundo habría querido tener, y yo la había despreciado. ¿Seré
idiota?
Jeremy no había parado de mandarme
mensajes al móvil, de llamarme sin obtener respuesta. Estaría
preocupado. ¿La verdad? me traía sin cuidado. Ahora mismo nada me
importaba. ¿Por qué fui tan idiota? ¿Por qué siento que la
necesito? No la amo, no se lo que es eso. No, no puedo amarla. Nunca
creí en el amor. No existe. Y si existiera no querría sentirlo
jamás, pues dicen que duele. ¿Duele? A mi me duele el corazón
cuando pienso en Elith. No, no puede ser amor, es mi mejor amiga...
No lo entiendo.
Me tumbé en la cama y me puse los
cascos del mp3. Lo encendí. La siguiente canción en la lista venía
pintada.
Nunca me gustó esa canción. Pero la
tenía por ella. Elith la metió en mi mp3 por error cuando me lo
regaló el 15 de julio por mi decimosexto cumpleaños, y no podía
borrarla. ¿El motivo? Ni siquiera yo lo sé, simplemente no quería
que cambiara nada que ella hubiera tocado. Decidí cerrar los ojos,
dejar que la música me relajara. No tardé mucho en dormirme.
(Narrado por Elith)
Las horas junto a Adam se pasaban como
minutos. No paraba de hablar, de decir estupideces que sabía que me
harían reír.
-No ya enserio, me comí un gusano de
gominola y todos dijeron que era una lombriz de verdad.
-Capullos.
-Te equivocaste de sexo.
-¿Cómo?
-Que no eran capullos, sino capullas.
-Oh, valla.
-Como os defendéis las mujeres unas a
otras.
-Jaja, ¿perdón?
-Perdonada.
-No enserio, ¿cómo que como nos
defendemos unas a otras?
-Sí, mira. Has sido feminista:
Capullos, no capullas.
-¿No se supone que hablar en
masculino incluye a los dos sexos?
-Sí, pero tu no lo has echo por eso
seguro.
-No lo sabes.
-Si, yo lo sé todo.
-Bueno, sabelotodo. ¿Y qué te
hicieron esas capullas?
-¿Ellas?
Asentí mirándole.
-Claramente ellas nada.
-¿Entonces?
-Ellos fueron los que me hicieron
físicamente.
-Entonces son capullos.
-Y capullas.
-Como os defendéis unos hombres a
otros.
-No es así.
-Sí lo es. Machista.
-¿Cómo quieres que defienda a
esos... especímenes humanos sin cerebro, con vida cuyo motivo aun no
ha sido identificado por la ciencia?
Me reí.
-Si que ha sido identificado.
-Eh, que su madre y su padre copularan
y crearan una vida, no hace que sepan por que funciona su cerebro, si
se le puede llamar así.
-Porque tienen cositas en su organismo
con vida inteligente, y ya piensan por ellos.
Se rió.
-¿Cositas?
-Claro. Esas cositas ya piensan por
todo él/ella.
-Feminista.
-¿Qué dije ahora?
-Cositas. ¿No pueden ser cositos?
Me reí y lo golpeé en el hombro.
-¿Sabes? Me caes bien.
-Yo caigo bien a todo el mundo.
Hizo como que se quitaba el polvo de
los hombros. Me reí.
-Ya, por eso unos capullos te amargan
la existencia.
-Eh, ¿quién ha dicho que me amarguen
la existencia? Yo soy muy feliz solo.
-Si eres feliz solo, ¿por qué
intentas llevarte bien conmigo?
Ahí lo dejé pillado. Se acarició el
pelo y me miró. Al parecer tenía respuestas para todo.
-Pues, por tres razones.
-Haber, ilumíname.
-La primera es que eres mi compañera
de asiento en el avión.
-Pero hay gente que tiene compañeros
desconocidos y no se conocen ni tienen interés en ellos.
-Pero yo soy más cortés. Además me
había quitado mi butaca.
Sonreí.
-¿Y la segunda y la tercera?
-La segunda es que sabía que no
podrías resistirte a mis encantos.
-¿Cómo?
-Que en cuanto me vieras harías lo
que fuera por hablarme, y quería evitarte los nervios.
Me reí.
-Yo no tengo vergüenza para hablar
con personas como tú.
-Si, si mi sonrisa te deja alelada
cariño.
Me sonrió. La verdad es que si que
deja tonta a cualquiera con esa sonrisa.
-No te lo creas tanto, tienes una
sonrisa como la de cualquier otro.
-Di lo que quieras, se que no piensas
eso.
No dije nada.
-Bueno, ¿quieres saber la tercera?
Asentí.
-Pues... la tercera es que yo no puedo
tener a una chica tan guapa sentada al lado y resistirme a ser amigo
suyo.
-¿Guapa yo?
Creo que me sonrojé.
-No cualquiera tiene unos ojos tan
bonitos, ni ese tono pelirrojo natural en un pelo tan cuidado como el
tuyo.
-Son unos simples ojos verdes, y un
pelo rizado. No tienen nada de especial.
-Tienen un verde diferente, difícil
de ver. Y tu pelo es pelirrojo natural ¿no?
Asentí.
-Hay muy pocas españolas que tengan
un pelo de un color tan bonito. Quizá por eso me gustan las
pelirrojas.
Me reí.
-¿Me estás tirando los trastos?
-¿Quién yo? Nah.
-Pues tiene toda la pinta.
-¿Qué pasa? ¿Tiene algo de malo
decirle a mi compañera de avión lo guapa que es?
-Claro que no.
-Si eres guapa, eres guapa. Esas cosas
se dicen.
Sonreí.
-Los tíos no decís esas cosas.
-Yo no soy como los demás.
-¿Y como eres?
-Diferente.
-¿Diferente?
-Soy aquel chico que chicas como tú
quisierais encontrar.
-Vamos un putón que te tira los
trastos, te enamora, te parece prefecto, te folla y se larga. Como
todos.
-No soy de esos.
-Eres un tío, así que eres como
todos los tíos.
-Feminísta.
-Quizá. Si no demostrarais cada día
que sois unos capullos quizá las chicas os valoraríamos mas.
Me acomodé de nuevo en mi butaca.
-No todos somos iguales.
-Esa era mi antigua teoría.
-¿Antigua teoría?
-Sí.
-¿Y cuando cambió esa teoría?
-Ayer.
-Valla, esta reciente.
-Demasiado.
Hubo un periodo de silencio. Adam me
agradaba. Realmente no parecía como los demás, pero tampoco Mike
era como los demás y al final... No, no quería acordarme de él
ahora.
-Y cómo es que tu teoría...
-No preguntes. Cambiemos de tema por
favor.
-Vale.
Adam sonrió.
-¿Cacahuetes tostados o maíz frito?
-¿Eing?
-Que si quieres panchitos o quicos.
Me señaló a la azafata que estaba
detrás de él.
-No sé, ambos me gustan, lo que
quieras tú.
Compró ambas cosas y dos coca-colas.
-Te gusta la coca-cola, ¿no?
-Sí, pero no me apetece.
-Pues es tuya, te la tragas.
-No, gracias enserio.
-No puedo beberme yo solo las dos.
Dejó una coca-cola en el reposa vasos
de mi butaca.
-Déjala para después.
-Después estará caliente, y mala.
-Pero...
-O te bebes la coca-cola o derramo los
panchitos y digo que has sido tu.
Suspiré y lo miré con mi mirada de
corderito degollado, pero Adam estaba totalmente serio. No iba a
cambiar de idea.
-Aggg... está bien.
Cogí la coca-cola y bebí un poco. Él
sonrió satisfecho.
-Pero que conste que no me gusta que
me inviten, asique la próxima vez me toca.
-No te dejaré invitarme.
-¿Por qué?
-Nunca dejo que la chica pague en la
primera cita.
Me reí, eso no me lo esperaba.
-¿Esto es una cita?
-No sé. Mira la hora, es la hora para
llevar a una chica a cenar, dar una vuelta, contemplar las estrellas
bajo la luz de la luna...
Miré el reloj. Las diez y cuarto de la
noche.
-Cierto, pero... ¿esto es una cena
romántica?
Señalé las bolsas de frutos secos.
-No es romántica, ni se si puede
considerarse una cena. Pero es original.
Sonreí.
-Además ¿quien te invitará a
panchitos y quicos en una cita? Me aseguro de que nunca te olvidarás
de mi.
Me reí y cogí un par de panchitos,
llevándomelos a la boca.
-¿Por qué tendría que olvidarme?
-No sé. Imagina que no nos volvemos a
ver. Siempre me recordarás como “el chico que me invitó a cenar
frutos secos en un avión”.
-Cierto.
-¿No te lo decía yo? Aunque espero
volverte a ver.
-¿A sí?
Asintió.
-Si no, ¿cómo piensas devolverme el
libro si no?
-¿Me lo dejas?
-Si eso implica volver a verte, claro
que si.
Sonreí.
-Gracias.
-Además, la segunda cita será mucho
mejor.
Dijo mientras se llenaba la boca de
quicos. Realmente me agradaba su compañía.
Cogí un puñado y me los fui comiendo
uno a uno, en silencio, mirándolo, atenta a cada uno de sus
movimientos. Cuando se llenaba la boca de quicos; cuando y como
masticaba; las veces que inconscientemente me miraba, y que arqueaba
las cejas, sonrojándose levemente y volvía a desviar la mirada,
debía de tener una sonrisa de gilipollas que lo flipas en ese
momento; cuando sonreía sin motivo, dejando ver su blanca sonrisa;
cuando te apartaba el pelo de la cara, ese precioso pelo largo,
moreno y que se movía suave con cualquier corriente de aire, estilo
pelo pantene, pero en chico; cuando se rascaba la nuca y dejaba a la
vista un pequeño tatuaje que tenía en el cuello, justo encima del
primer hueso visible de la columna vertebral; cuando parpadeaba ;
cuando bebía de su bote de coca-cola y se relamía esos labios
carnosos, húmedos, apetecibles...
-¿Qué pasa?
Adam interrumpió mi fantasía.
-Eh, eh, ¿como? Nada.
Me reí.
-No paras de mirarme, no hablas, me
estoy poniendo nervioso.
-Tu tampoco hablas.
-Bueno y ¿por qué me miras tanto?
-Supongo que eres lo más interesante
en 150 metros a la redonda.
-Valla, me siento importante.
Ambos reimos.
-Hay cosas más interesantes.
-¿Como qué?
-Como la manera en que la azafata se
coloca las medias y se acaricia los tobillos agotados por los
tacones. O la manera en que el niño de la primera fila no para de
encender y apagar el aparatito del aire, y como su madre le regaña,
y no para de pedir perdón cada vez que la azafata los mira. O quizá
la manera en la que el hombre de nuestra izquierda fuerza la vista,
porque a pesar de llevar gafas no puede leer lo que pone en su
revista. O quizá la burbujita que se infla y desinfla en la boca del
crío que está dos filas más atrás de nosotros, pero en la
izquierda, sin romperse, mientras el pobre duerme agotado, junto a su
madre que no para de mirar el reloj.
-No me había fijado.
-Ya veo. ¿Sabes? Hay que fijarse en
todo lo que tenemos alrededor.
-¿Por qué?
-Porque las cosas más insignificantes
pueden influirnos mucho.
-Puede.
-Si, sino pongamos un ejemplo. ¿Ves
aquella mujer que está dos asientos más adelante?
Asentí.
-Tiene un café. Lo remueve. Parece
que está caliente.
-Sí, ¿y?
-¿Qué pasa si se quema, y lo lanza
para atrás?
-¿Por qué iba a hacer eso?
-Es un ejemplo.
Lo miré sin entender.
-Si pasase eso, por ejemplo, el café
saldría derramado, mojando a los dos hombres de delante nuestro y a
ti y a mi, abrasándonos la cara, las manos... Asique influye en
nuestras vidas.
Me reí.
-Es un poco exagerado, pero tienes
razón.
-Lo sé.
Me sonrió. Era increíble como podía
ver hasta lo más insignificante de todo.